Tanto por agradecer
Javier, Ángel; Ángel, Javier. Debería haberos presentado. Os hubierais llevado bien seguro. No por ser esa posible llave que abriera semejante puerta de la amistad entre vosotros sino porque estoy seguro que lo hubiéramos pasado realmente muy bien los tres. Charlando de la vida, de la vida de cada uno, tan diferentes. Aprendiendo el uno del otro, como la educación de verdad, la que debe ser, en la que claro que adquieres conocimientos pero sobre todo aprendes actitudes hacia y para la vida. Y desaprendes otras. Con un café, nada de carajillo Juanjo, como me decías Javier, que saben mejor separados que junto, o con algo para comer, que en compañía siempre sabe mejor, ¿era así verdad Ángel?.
Javier se debería apellidar Calle Viva. Yo no sabía su apellido; en muchos momentos el nombre de pila dice más, dice todo, bastante más que el apellido. Era Javier, ni siquiera Javi. El resto no importaba porque Javier significaba vivir al día, tratar con respeto, hacer de la conformidad un pequeño triunfo y saber que si quieres que te traten bien basta tan solo con tratar bien y con respeto a los demás. Sencillo. Para Javier, sí. Para nosotr=s una lección.
«Sentirse libre» era uno de los títulos que encabezaban las conversaciones a pie de calle, con los primeros rayos de sol de la mañana que se pelean a desquitarse del jodido frío de Vitoria-Gasteiz que es perezoso hasta decir basta. Después de recoger, plegar y guardar el saco de dormir que compramos juntos, que con ese me vale y me sobra, el camino al café con leche, un trozo de tortilla y una copa de coñac se recorría entre la banal y tópica conversación de las mañanas con el ¿sabes lo que es decir hoy duermo aquí? ¿sabes lo que es poder decidirlo?. Eso es ser libre.
Los relojes no deberían de existir porque no saben discernir cómo pasa el tiempo de verdad. Bendita contradicción esa de que el café se sirva caliente para el primer sorbo que suba la temperatura de tu frío interior mañanero pero dejas que se enfríe porque el último sorbo es el más rico, qué más da si está frío o no. Entre medias no había planes, ni ahora voy a, ni hoy’s que valgan. Solo ahoras, o acaso hacer lo que pensaste hace un rato, total tengo el día entero para mí. ¿Habrá que mirar el disfraz de Papa Noel? Porque el del año pasado estaba ya demasiado descolorido por el efecto de la humedad de algunas noches donde sirvió de manta extra en el suelo del parque de La Florida. La campana todavía la tengo en el carro. Y los caramelos para los más peques, tenemos que ir a la tienda de todos los años a por ellos. Caramelos, sí, para los críos que en Navidad lo necesitan tanto, como mi nieta, que tengo muchas ganas de ir a verla y solo pensarlo me da la fuerza para caminar aunque esta maldita espalda y esta pierna, mira cómo la tengo, no me deje andar como quisiera.
Ángel deberías saber además que a Javier, como a mucha otra gente, había que mandarle para casa. Quien dice casa dice donde le diera la gana, porque su casa era la calle y sobre todo la gente que se paraba a hablar con él, que le pagaba otro café o una caña, o simplemente le daba dinero para lo que necesites pero no te lo gastes todo en el bar, Javier, que no te conviene. Pagaba de su bolsillo sus cosas, lógicamente si le invitabas te lo agradecía, pero levantaba con firmeza su dedo curtido por el frío para decirte, no, esto lo pago yo, cuando alguien le miraba con la distancia de la forzada compasión que a veces es irreal y no sincera, como debería ser.
Recuerdo muy bien cuando me decías Ángel, que a veces hacías el esfuerzo de ponerte en el lugar de la gente pero es que por mucho intentarlo ni siquiera había un espacio que ocupar, porque son incapaces de mirar más allá. A Ángel la inquietud era lo que le mantenía con vida, o mejor dicho, era lo que le daba la vida. Las preguntas eran sus complementos que llevaba con él vestidos cada mañana. Pero sobre todo buscaba las respuestas, entre las decenas de libros que tenía sobre su mesa, o el que siempre llevaba consigo. Lee este Juanjo, te va a gustar, con papel y lápiz al lado que siempre viene mejor apuntar las cosas. Porque al final si no encontraba las respuestas, las trataba de dibujar en su cuaderno, en sus folios, y de ese bosquejo lleno de garabatos, cuadros, círculos y flechas que conectaban palabras, era cuando más feliz se sentía al descubrir una nueva respuesta a sus malditas preguntas.
Tú eres el que sabes de esto así que dímelo con claridad y si te pregunto no es por cuestionarte sino para entenderlo yo mejor. Incluso en aquel día, recuerdas Angel, que zanjamos una relación profesional porque en vez de estar cerca nos estamos alejando de lo que quiere el uno del otro, y antes de que nos afecte en lo personal lo mejor es que lo dejemos aquí. Por una vez coincidimos los dos en algo, mucho después nos poníamos de acuerdo más veces y con más frecuencia, pero aquella vez fue única. Porque más allá de tu carácter, joder cómo te ponías a veces Ángel, me hiciste descubrir el valor de la palabra firmeza en la con semejante elegancia, sin aspavientos pero necesaria. Mi vuelta a la oficina en aquel momento apenas duró 10 minutos, los que necesitaste para enviarme un correo electrónico dándome las gracias por el esfuerzo, por las horas empleadas, por aguantar tus chillidos pero sobre todo por aquel cuadro estratégico dibujado a toda velocidad, que te dio tiempo a escanearlo y adjuntármelo, y su correspondiente explicación en unas 20 líneas, creo recordar, dándome las claves para que esto jamás te vuelva a pasar con un cliente y para que mejores en tu trabajo profesional y en el desarrollo de tu empresa. Ahí fue cuando conocí al Ángel de verdad, que luego fuimos construyendo con más y más pilares paseando entre los árboles de Urkiola o en las llamadas por teléfono, risa en ristre.
Tengo, Javier, en casa los libros de Ángel. Sí majo, escribía libros. Muy buenos además. Ángel me decía que el conocimiento solo existe si se comparte, por eso su manera de demostrar que lo tenía a raudales, era demostrándolo con hechos. Escribiendo y ayudando a otros a hacer. Se hace así, era de los del ejemplo de la vida, como tú Javier, que sabías más de la vida porque estabas donde la vida está, en la calle, en las personas, en las relaciones, en las sonrisas, en los silencios de escuchar al resto y en la contundencia de vuestras frases cuando hablabais, donde no cabía otra cosa que quedarnos callados para escucharos con atención. Cada uno a su manera fuisteis un ejemplo. Cada uno tan diferente que en el fondo erais tan iguales. Cada uno con esta sonrisa de la amistad que abre un surco por el que se dejan caer estas lágrimas por no poder estar nunca más junto a vosotros. Espero que el recuerdo se porte y estéis por aquí cerca cuando os necesite, como cuando te buscaba por el Paseo de la Senda, Javier, para irnos a tomar un café juntos o como cuando te llamaba por teléfono Ángel, porque no sé muy bien por dónde tirar y me decías, saca lápiz y papel Juanjo que esto lo arreglamos rápido. Eso sí, Javier, Ángel, Ángel, Javier, puedo confirmaros que pienso sentarme en tu banco de La Florida de siempre Javier, a leer esos nuevos y ñoños poemas que te comenté Ángel, y así dejar de pensar en aquella maldita teoría del caos que tantas conversaciones nos permitía y que ahora sí que la voy a necesitar para comprenderla del todo. Os lo prometo.
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La foto de inicio es de mi amigo Pixelillo. La foto de en medio es de Angel en plenitud.
4 commentarios
Germán Gómez · 12/11/2020 a las 09:52
Gracias por escribir esto Juanjoo. En memoria de los dos, y sobre todo de Angel a quién conocí.
Un fuerte abrazo,
Juanjo Brizuela · 13/11/2020 a las 09:19
@Germán: te aseguro que si se hubieran coincido, habrían congeniado desde el minuto 1. Eso explica la grandeza de los dos. Ángel era extraordinario como bien sabes. Abrazo Germán
Jesús · 17/11/2020 a las 10:35
Lo primero que se queda en mi mente tras leer el artículo… se llama Juanjo, que por lo visto es alguien que activa recorridos vitales tan diferentes como los de acompañar a Ángel y a Javier… 🙂
No conocí a Javier, pero me encanta cómo cuentas eso de que Ángel se encontraba sin espacio a veces cuando trataba de ponerse en el lugar de algunos. Es tan gráfico… y tan frustrante…
Una de las imágenes que guardo como analogía de Ángel es la de un globo que va admitiendo presión poco a poco, cada vez más, mientras desde fuera vas viendo cómo las paredes se estiran y llegan al punto de perder la capacidad de contener su forma. Y antes que estallar, como es lógico… uno suelta aire. 😉
Un abrazo!
Juanjo Brizuela · 17/11/2020 a las 14:28
@Jesús: primero de todo, gracias por leer el post; el tuyo me ha gustado muchísimo. Pura coincidencia: ambos fallecieron el mismo día. No sé si los astros se alinean pero me inclino por pensar que debe ser así.
Me gusta también tu analogía, y es cierta. Quizá por eso en esta última etapa decidió acercarse más a proyectos pequeños, donde pudiera acercarse más a la acción sin dependencia de otros factores externos que no conseguía ni comprender y menos sumar a sus pensamientos.
Hemos perdido un amigo pero creo que hemos ganado un referente sin discusión. Abrazo fuerte