Educar
Que sea en julio puede que no sea casualidad. Junto con junio es un mes donde lo «educativo» se convierte en protagonista, más cuando están las calificaciones de por medio, las inscripciones y matrículas y las tomas de decisiones que apuntan a un deseo de futuro próximo. Se pasa examen –otra palabra al diván de las palabras vacías– a lo educativo, una prueba cada vez menos justa que mide con un rasero a caballo entre lo objetivo y lo subjetivo, lo que ha sido el resto del año, o de años.
Siento un profundo respeto por la palabra educación. Mucho. Nos pasamos prácticamente toda la vida aprendiendo, en muchos de sus meses siendo enseñados por otr=s que nos comparten sus saberes y sus comportamientos, y también enseñando a otras personas. Seguro que como yo, en una zona privilegiada de nuestros recuerdos, tendrás a un/a de es=s profesor=s que dejaron una huella profunda en tu vida (para bien o para mal). Este es uno de los mayores ejemplos de cómo es la vida: la gente que te inspira, la que te empuja a conocerte mejor, la que te abre un camino que hasta entonces desconocías. Incluso la que aprendiste con rotundidad «así no».
Educar es una palabra que encaja muy bien en el campo de la marca. Más allá de planes, activaciones, objetivos e indicadores, educar tiene que ver con aprendizajes, con conocimientos, con método, mucho método, con disciplina, con estudio, con conversaciones, con datos y con curiosidad. Educar tiene que ver con «enseñar a», de la misma manera que tiene que ver con «aprender de». Ambos procesos forman parte de eso que se llama educar, y ambos son esenciales día a día. Y como proceso que es tiene que ver con actitudes en especial. Una vez más.
A veces me siento, en mi oficio, como un profesor que tiene ante sí a una serie de «alumn=s» a quienes tengo que inocular ciertos conocimientos sobre las marcas, para que comprendan las decisiones que hemos de tomar, para que sepan comprender de qué estamos hablando en todo momento y, sobre todo, para que a su vez puedan interiorizar y expresar después a otras personas, lo que su marca representa, quiere, desea, hace y sueña. Este proceso –insisto en que todo aprendizaje es un proceso– camina en paralelo sobre las activaciones que se ponen en marcha con un objetivo: que todo el mundo sepa perfectamente por qué, para qué, cómo y qué queremos obtener de ello en nuestra marca.
Hace unos meses escribí en el blog de Consultoría Artesana sobre un tema que siempre llevamos a cuestas con nosotr=s l=s consultores: los NO. Decía:
El orgullo del trabajo no se corresponde con el final del trabajo, si es que acaso decidimos en algún momento que debía tener un final.
«Cuando te vas, te quedas» [ Juanjo Brizuela – Blog de Consultoría Artesana ]
En aquel post me refiero a esos momentos en los que un proyecto termina, llega a su final, y te das cuenta de que después «puede haber» –cito textualmente– «…ese poso es el que en muchos sentidos nos da más riqueza personal y profesional que no únicamente el resultado final del proyecto en sí, que también.».
Hemos de entender que nuestra labor cuando trabajamos con personas, en ámbitos que algunas de ellas desconocen, o conocen poco (ponlo también en primera del plural, desconocemos o conocemos poco) tiene mucho más que ver con cómo educar que no únicamente con demostrar (como sea) a la/s otra/s persona/s, que sabemos más que ellas. Convendrás conmigo que no es así, y coincidiremos tambien en que nuestra labor siempre tiene que ver con ampliar conocimientos para que llegado el caso, incluso cuando no estemos ya presentes, puedan seguir caminando por aquel recorrido construido en el pasado con la suficiente firmeza para transitar en el futuro. Como la educación.
Nuestr=s profesores de antaño hacían eso: mirad, observad, aprended, haced, para que cuando os toque, sepáis hacerlo incluso si no estoy presente. Esta actitud y el cómo afrontemos esta enseñanza, esta educación, forma parte firme de nuestra faceta profesional. No creo, al menos personalmente, en hacerme valer más que el resto, o en demostrarle una absurda superioridad. Simplemente quiero que construyamos un mismo lenguaje, que nos entendamos, que yo entienda su negocio y sus problemáticas y situaciones de la misma manera que ella/él entienda lo que puede ocurrir si pensamos en marca y actuamos según ella.
Mi amigo Carlos Magro –si no lo conocéis, leedle a menudo sobre LA educación– en uno de sus posts decía que:
Educar es conjugar ambos gestos, el de la transmisión y el del cuidado. El de la exigencia y el de la hospitalidad. Enseñar requiere metodologías y maneras de hacer. Planificación e improvisación. Normatividad y ética. Seguridad e incertidumbre. El maestro es simultáneamente un artesano y un amateur.
[ Carlos Magro – Educar es conjugar un doble gesto: el de la transmisión y el del cuidado ]
El qué saber es importante, el cómo aprender y cómo establecer esta relación lo es más. Aquell=s profesor=s, digo, no se hacen hueco en nuestra memoria por lo que nos enseñaron sino por cómo nos lo enseñaron. En nuestra vida profesional –y personal–, también.
Educar tiene que ver por tanto con los qué y los cómo. Con las relaciones que establecemos. Con trazar un recorrido que vaya creciendo y ampliando conforme pase el tiempo. Con aportar las herramientas y las claves para que al final puedan l=s alumn=s ser autónomos en el tiempo. Y en caso de dudas o miedos sientan que pueden reclamar a la fuente del origen una respuesta que les despeje el camino. Y educar tiene que ver con los «cuidados», con esas relaciones en especial. Con esas actitudes que hagan sentirse cómplices en todo momento. A veces educar tiene un aspecto no negativo pero sí duro, exigente e incómodo, pero debe serlo puntual, no constante para hacer que en esa memoria que nos acompaña cada día tengamos un sitio preferente ante esa persona, ante ese ámbito del conocimiento, ante ese momento vital.
«Las cosas suceden cuando suceden porque quizá tengan que suceder», comenté con una amiga hace unos días. Educar ha jugado un papel especial en estas últimas semanas, tanto en lo personal como en lo profesional. En lo personal con mis hij=s. En lo profesional porque un proyecto llegó a su fin. Sucedió, podía suceder y probablemente tenía que suceder. Siento, en este último sentido, una pequeña herida que llevaré porque en ese intento de «educar» hay algo que no fue bien. Acepto sin rechistar que quizá una parte importante sea de mi responsabilidad. Seguro que sí además. Algo no hice bien. Entiendo también que «l=s alumn=s» llegaron a un momento que no podían/sabían/querían. Me sorprende en especial porque precisamente saben –creo– de las repercusiones de la educación. Quizá por esto duela más. Esto, si preguntas a much=s profesores, sucede con frecuencia. Puedo entender también que «la materia» no pareciera tan interesante como en su momento lo fue. También me compete. Solo deseo que alguna parte positiva de este recorrido haya quedado grabada en nuestra memoria, en la mía sin duda, en la del resto, veremos a ver. Como la educación que recibimos en nuestra infancia y adolescencia.
Las marcas educan al mercado.
Las personas educan a otras personas.
Con respeto. Con cuidado. Con aprendizajes.
Educad.
[ La foto es de August Müller (1836–1885) – Tomada como referencia del post de Carlos Magro ]