Perspectiva, respeto, cortoplacismo y bilis

Publicado por Juanjo Brizuela en

Bien sabes que lo que más me va es el baloncesto en particular y el deporte en general, así que el fútbol entra en esta clasificación. Pensarás «ya estamos otra vez», pero no, no quisiera que te vayas aún, quédate un ratito más.

Ha acabado hace unos días el Mundial, ese Mundial de Qatar que se sienta en el sofá de la vergüenza, enfrente de quien lleva puestas las gafas miopes para ver lo de lejos y no lo de cerca. Capas impuestas, meses de sufrimiento, sudor y sangre derramada, millones que surgen y aparecen como arte de magia en otros bolsillos, marcas que se esconden, jugadores y cuerpos técnicos que callan y otorgan, público medicado con el espectáculo del fin de una etapa y el comienzo de otra. Vivimos entre nuestras propias paradojas, ¿lo sabes verdad?.

No sé de fútbol pero me empeño en leer, escuchar y ver a quienes lo miran con el honesto objetivo de enseñar a comprenderlo de otra manera. Este Mundial ha sido un pequeño centro comercial con información basura, cortoplacista y llena de bilis, con otra información que te abría una mirada para comprender cómo el deporte expresa una manera de ser, cómo en un corto espacio de tiempo trata de ligar una salsa de máximo rendimiento con un estilo identitario y soñar con que las emociones te lleven al resultado final. Hemos de aprender a seleccionar, aunque también hemos de frenar a nuestros sesgos para aprender qué es eso de la madurez y las opiniones formadas y no impuestas a voz en grito.

No sé de fútbol pero mi mirada como entrenador que soy (en mi curriculum vitae también escribo con orgullosas mayúsculas que soy entrenador), está en esa posición donde todo el mundo se cree en la posesión de la verdad pero que nadie ha sentido en primera persona lo que es la soledad del puesto, la enorme responsabilidad de cada decisión tomada, de cada gesto interno, de cada conversación con cualquier persona, de cada rueda de prensa, de cada charla en silencio con el jugador, de cada grito de atención, de cada aplauso de ánimo, de cada abrazo sincero y de cada lágrima derramada, pública o escondida.

L=s entrenadores nos manejamos en dos planos: la idea y su convicción, y el rendimiento y sus formas. Estos planos se ponen cada día en marcha para lograr que un grupo, un colectivo, se alinee, crea en la idea y traten de expresarla en cada sesión de entrenamiento, en cada partido. Nadie garantiza el éxito de antemano, tod=s nos creemos poseedores de argumentos suficientes para lograrlo, pero luego hay que reconocer que eso que conduce a lo que llaman éxito es tratar de adaptarse a lo que sucede en ese preciso momento, a aquello que no sabías que podía suceder, a las dudas que llegan, porque siempre llegan, e incluso a la humildad de reconocer que cualquiera de nosotr=s podemos tener un mal día. Hemos de reconocer también que por el camino que se traza en cada momento del deporte suelen caerse piezas, ideas, confianza y hasta la autoridad de un grupo. Idea y rendimiento; convicción y cómo’s.

El tiempo nos otorga un aspecto que no reconocemos hasta que lo necesitamos de verdad: la perspectiva. El tiempo nos lo entrega para que comprendamos de verdad lo que sucedió. La perspectiva no aparece al instante, necesita la pausa y la calma, el silencio y la luz larga, la conversación con otr=s y las preguntas que siempre llegan sin respuestas conocidas de antemano. La perspectiva te sitúa unas horas, días, semanas después en el punto justo, pero has de estar preparado para encontrarla. En el deporte pasa con demasiada frecuencia porque se vive tan desmesuradamente en la dictadura del resultado y del pitido final, que nos olvidamos de darle el aire que necesita para manifestarse. Solo gana un equipo pero con el tiempo se descubre que algunos grupos, equipos, también ganaron porque construyeron un camino que puede apuntar a un éxito posterior. Esos pequeños «fracasos», esas pequeñas derrotas, son ladrillos y argamasa que construirán el éxito más adelante.

Luis Enrique llegó hace cuatro años a la selección nacional con un propósito claro y una idea en mente a desarrollar. Asumió el reto del cambio generacional que debía de irse produciendo, y lo quería basar en una base exitosa en las categorías inferiores, sin referentes internacionales claros. No es tarea fácil en un deporte, el fútbol en concreto pero también en otros ámbitos, «refrescar» un colectivo sin que pierda su identidad. Luis Enrique iba convenciendo a sus jugadores de esta identidad, de una manera de entender el juego, y lo fue logrando a pesar de tantas y tantos que deseaban su fracaso. La perspectiva me dice que si el resultado no fue el esperado, tampoco para él, sí que hay un camino sembrado en forma de identidad propia que debería marcar la línea no del próximo seleccionador-entrenador, sino de un proyecto como los equipos nacionales. Quizá hubo un «fallo» en Luis Enrique: la identidad tiene éxito en la medida que es capaz de adaptarse a la realidad del momento sin perder su sentido, simplemente tratándolo de alimentarlo de otra manera. Tuvo identidad pero le faltó adaptación, la adaptación que te da comprender el corto plazo, el rendimiento del «ya» del deporte profesional, el que no sabe de pasados ni quiere imaginar futuros.

A Scaloni no lo querían, literalmente. Cuando lo nombraron hace cuatro años, ni los ssssshhhhhh de sus jugadores silenciaban al dañino griterío de gran parte de la prensa y del entorno argentino. Que si la experiencia, que si no había entrenado nada serio antes, que si no-sé-qué. Él solo hizo una cosa: construir un proyecto donde los protagonistas fueran siempre sus jugadores, darle a Messi el rol que solo él se merece, y convencer al resto de que el reto era conjunto y que cuanta más unión hubiera, sería más sencillo superar adversidades, opiniones y rivales. Fue el mayor ejemplo de que en el deporte profesional existen las emociones y que guiándolas por el camino preciso, ellas mismas y las creencias harían el resto. Scaloni mostró una vez más que la palabra clave en el deporte profesional, como en la vida, es adaptación. Un entrenador se adapta a sus jugadores de la misma manera que los jugadores se adaptan a su entrenador. Así todo fluye más y mejor. Así ganó un campeonato histórico, el mejor de la historia, y cerró una etapa mágica de un personaje histórico como Messi. Un chico sencillo, normal, lejos de las excentricidades de algo que se está volviendo demasiado anormal a día de hoy.

Del resto de entrenadores poco puedo hablar salvo de uno: Hajime Moriyasu, el entrenador de Japón. Sigo pensando que el fútbol, el deporte o al menos algunos deportes, son hechos culturales. Y el mejor ejemplo de ello no es solo lo que Argentina está mostrando «a su manera» sino el signo de respeto de Moriyasu tras ser eliminados del Mundial. Respeto es una palabra que a veces, casi siempre según más conviene, no encuentra acomodo en el deporte profesional. Moriyasu nos lo recordó, a ti también.

El deporte es un contexto y una manera de entenderlo y expresarlo, en el que las emociones se traspasan del campo a la grada y de la grada al campo, y la mejor representación de su valor es entender que la grada forma parte total de este espectáculo. Aquel espectáculo liberador (para bien y para mal) de los problemas semanales se convierte en un momento único donde las emociones de cada quien brotan y brillan (a veces para mal, para muy mal). Y es por ello por lo que también se juega. Lo vimos en el año I de la pandemia: las gradas vacías contagiaban un espectáculo frío por mucho que sus profesionales se afanasen en dar y derrochar hasta su última gota de sudor. Moriyasu demostró que sin la gente que te sigue no tiene sentido el esfuerzo de cada día.

Este mundial, por estos lares de la península, será recordado también por esas tardes-noches de Twitch, de esos momentos de acercamiento a las personas de Luis Enrique, que provocaron litros de bilis en determinados espacios de la prensa y la sociedad de esta ridícula España. Hubo quien llegó a manipular información para poder conseguir 5 segundos de gloria, hubo quien quiso retratar un cuadro que apenas entendía, hubo quien simplemente juzgaba (y entiendo esa parte) sin conocer ni el medio, ni el mensaje ni nada, hubo quien confundió todo para no acabar encontrando nada. Una vez más cierta información y opinión periodística se han visto retratadas en un mundo cambiante. Una lucha tan sectaria, interesada, sesgada y tremendamente oscura como absurda en un nuevo mundo que se está construyendo y en el que todavía no tienen siquiera la entrada para conocerlo.

Así que de nuevo me vuelvo a llevar aprendizajes para mi vida y mi mundo profesional que vienen del deporte. Apenas vi el Mundial, las horas no eran compatibles con lo que tenía que hacer, pero leí y vi mucho en mis redes. Luego seguí la recomendación de Sun Tzu cuando decía aquello de:

“Cuando se está cerca, se debe parecer lejos, cuando se está lejos, se debe parecer cerca. Se muestran carnadas para incitar al enemigo. Se finge desorden y se lo aplasta”.

Sun Tzu

Ahora que acaba el 2022 tengo tarea suficiente para el 2023. Igual el año que viene hay un proyecto que de una vez por todas ponga en negro sobre blanco tantas lecciones de vida. Por si les sirve a alguien. Me tendréis que convencer. Os lo suplico.


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