Perdedores

Publicado por Juanjo Brizuela en

Tengo claro que el mundo del deporte, y el baloncesto en especial como sabes, me ha enseñado desde pequeño a digerir la derrota para después valorar la victoria, siempre en su justa medida. Cuesta, no creas, pero es necesario comprender ambas para tener la perspectiva suficiente de situarlas en el verdadero lugar que se merecen, ni más ni menos. De Jorge Luis Borges, aprendí también aquello que decía «De tanto perder aprendí a ganar, de tanto llorar se me dibujo la sonrisa que tengo».

Perder es una palabra dura, que resuena con fuerza con esa «r» final que parece que tiene un eco que no termina jamás, con esas dos sílabas que son dos martilleos que te golpean y vuelven a golpear: per-der. Es como que agachas la cabeza y nunca es suficiente la bajeza que te provoca. Perder no es solo un momento concreto, es que la derrota sigue un tiempo después, como la estela de un cometa, como el pitido del final de la vida en un electrocardiograma.

Quizá por eso a ganar tenemos que darle un nuevo valor, alzar la cabeza no más allá de lo necesario, por si acaso reaparece un atisbo de derrota que se te presenta siempre sin avisar. Ganar se debe compartir siempre, para lograr todavía más ese lazo que nos une entre personas, que por momentos se convierte irrompible ante cualquier circunstancia. Es ganar un verbo que no debería tener fin, porque debería continuar la luz que proyecta para seguir ese camino que en ese caso, y en el siguiente, pudiera ayudarnos una vez más.

Ha pasado más de un mes de la terrible DANA de la Comunidad Valenciana. Hasta ahora no he tenido las fuerzas suficientes para escribir sobre ello porque seguía postrado a la altura de barro que aún sigue en muchas de las calles de los pueblos que la han sufrido en primera persona, y sufren en plural.

Había, hubo y parece que aún sigue habiendo demasiado ruido que continúa tapando con el barro metafórico que pringa nuestra manera de entender las relaciones y los vínculos entre las personas, que parece que busca una nueva tormenta torrencial para llevarse el lodo de lo más bajo de la condición humana en vez de ayudar a limpiar con el sufrido sudor y las dolorosas lágrimas, las desgracias que una vez más han demostrado que no solo son tangibles sino son sobre todo emocionales.

Leí no hace mucho una frase de Josep Maria Esquirol que decía eso de “La resistencia humana no conoce la victoria, pero tampoco exactamente la derrota definitiva”. Parece que sigue el empeño en seguir que la derrota siga siendo la protagonista de una historia que pasará precisamente a la historia de este país, y de cientos de personas afectadas. Es curioso que cuanta más resistencia se ponga, menos se la valore. Es curioso que se prime la cabeza colgada al esfuerzo por levantarse de lo más hondo. Es curioso que siga escribiéndose la palabra perder con mayúsculas inmerecidas. Jodida naturaleza.

Ha habido también miles de personas que se han revuelto y resistido a sentirse perdedoras y perdedores, que han llenado kilómetros de recorrido en toneladas de esfuerzos desconocidos sin afán de protagonismo simplemente por el hecho de que cada mañana cuando salga el sol pueda parecer un día normal, como los de siempre. Que vaya si es curioso que se eche tanto en falta eso: un día normal, como los de siempre. A quienes dicen, decimos, eso de «siempre sale el sol» deberíamos valorar ese hecho, y hacer lo posible para que ese sol que sale sirva para todo el mundo, sea quien sea, sea de donde sea, esté donde esté.

He visto marcas que han decidido dejar sus victorias a un lado para ponerse al lado de las derrotas personales, para que perder no consiga su cruel cometido día tras otro. He visto personas devastadas en la derrota pero remangadas más que lo suficiente para salir del lodo y cruzar al sendero de una leve victoria, aunque sea mínima, pero lo suficientemente significativa para sacar una exigua sonrisa con las pocas fuerzas que quedan tras un titánico esfuerzo sin descanso.

He visto perdedores que aunque crean salir victoriosos la historia les colocará en lo más bajo de la clasificación de esa terrible confrontación que es mirarte al espejo de tu baño cada noche al acostarte, y comprobar que a pesar de todo, pierdes porque bajas la cabeza ante tu propia vergüenza personal, en la soledad del silencio y en penumbra, como se sufre de verdad, cuando nadie te vea, ahí te quiero ver.

Sé que algo he aprendido en estas semanas, sobre todo a aquello que comienza con «no haré…», como una obligación moral y de comportamiento diario. Me río de mis derrotas de mi equipo porque ni siquiera he sentido esa sensación vacía de la palabra «perder», y más cuando he reconocido una vez más cuál es el verdadero significado de esa dañina palabra. Pero como también leí a otro entrenador deportivo, «…aunque hayas ganado –o perdido– varios partidos seguidos, tienes cada día que preparar el siguiente e intentar superar a tu rival…», añadiría, de la forma más honesta posible.

Sé que quizá te sorprenda un texto así en este espacio, pero debía hacerlo precisamente por ese motivo: porque debe tener su sitio aquí donde intento/intentamos dar sentido no solo a lo que hacemos en este oficio sino a cómo lo debemos hacer.


[ Fotografía de Eduardo Manzana / Europa Press ]


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