Relaciones naturales de marca
No vi ni una casa, solo dos construcciones que lo fueron en su día, en los casi veintiún kilómetros que separan Anguiano del desvío para la Venta de Goyo, cerca de Viniegra de Abajo, en la zona de la Alta Najerilla en La Rioja. Un paisaje espectacular, una carretera sinuosa, de curvas que se repetían con eco kilómetro a kilómetro, de alguna que otra piedra que controlaba la carretera por algún desprendimiento, bastante habitual por lo que me dijeron. Había que ir despacio sí o sí, e iba más despacio aún para no perderme nada, desde la prudencia que siempre te exige la carretera.
Iba a un encuentro con amig=s de verdad, de ésas y ésos que deseas que nunca terminen las conversaciones, que se aplacen en el tiempo, como una vez le oí decir a otro muy buen amigo. Sin temas que abordar pero compartiendo en todo momento una pasión por nuestro oficio, que a veces sentimos como olvidada, como abandonada y como traicionada por un trabajo a golpes de horas computadas en hojas de control, de excel o de esas apps en la nube. Las nubes, las de verdad, se hacían a un lado para sentir el resplendor, el vigor y el silencio de la naturaleza. Pensaba en toda esa gente que durante probablemente muchos años estuvo construyendo esa carretera en semejante paraje, maravilloso y serpenteante al mismo tiempo, que te inundaba con sus colores y sus eses del asfalto. Eran dos obras, la natural y la de asfalto, con el mismo patrón.
Quise contar las curvas que trazaba en el trayecto de vuelta a casa, era de noche y no quería despistarme del trazado, pero superan la centena con bastante holgura. Pensaba, mientras conducía con sumo cuidado –y eso que no me gusta obligar al acelerador ni molestar al freno más de la cuenta– en nuestro oficio, el de las marcas, el de la comunicación, el de relacionar marcas con personas, y personas con personas a través de las marcas, en la sinuosidad de nuestra relación con el cliente y en nuestro propio desarrollo de los proyectos. No por las curvas en sí, que muchas veces transitamos por ellas constantemente, sino por ese ritmo que nos va llevando, que a veces es natural, otras cruzan ríos para mirar las cosas desde la otra orilla y en otras nos aparecen ciervos en medio del trayecto, –como el que me encontré en el viaje de vuelta a la noche– que tienes que esquivar con cuidado, frenar suavemente para no interferirle pero también evitar asustarnos más de la cuenta, dentro del ya de por sí sobresalto que es.
Llegué a debatir mientras subíamos por una de las cuestas del pueblo, en busca del aperitivo de la zona, que tenemos que tender a establecer relaciones de confianza, que está bien eso de reconocer quién es el cliente y quién, en este caso, el proveedor-colaborador-partner-lo que sea. Que en definitiva estamos para tratar de comprender un problema, de compartirlo además, para desde nuestra óptica de una de las caras del poliedro que es la vida misma, aportar una mirada que ayude al cliente a resolverlo juntos y, a poder ser, a que aporte más valor al pasado que lo convierta en un mejor futuro. Y eso, solo se puede hacer desde la confianza y la naturalidad que te da el entender que las relaciones en el fondo siguen siendo personales, y por supuesto profesionales. Que aunque haya distancias (muchas veces imaginadas e imaginarias) en realidad son dos espacios que deben confluir y más vale que se unan cuanto antes.
El silencio del pueblo y su entorno, muy deshabitado por estas fechas, me transportaba a esos momentos de reflexión y debate, de pensar y explorar oportunidades, de poner freno precisamente a la acción para que sea la propia reflexión la que nos lleve, por el peso de la evidencia, a actuar, a falta del matiz del «wau» para que se convierta en relevante para la persona con la que queremos conectar. El silencio te transmite la calma que necesitamos para reconocer que en este mundo de scroll infinito, del «ya» cómplice del olvido, del cotilleo y la curiosidad enferma por ver lo que ponen y hacen los demás, y de la décima de segundo del impacto, esos momentos de calma que te lleva a indagar en todos los puntos de vista, en todas las direcciones, como si no te quisieras perder ni un detalle de las maravillosa naturaleza que te rodea, es más necesario que nunca tener espacios y momentos continuos para esa pausa de la mirada más estratégica.
Como leí recientemente a mi admirado Máximo en su newsletter:
Algunos hacen y después piensan; buscan excusas más que consecuencias. Otros no piensan ni antes ni después. Toda la vida debe consistir en pensar para acertar el rumbo. La prevención y el pensamiento cuidadoso son un buen recurso para vivir adelantado.
[ En referencia a Baltasar Gracián – Honos 210 – Shot to nothing ]
Ventrosa nos acogió con la naturalidad que estamos perdiendo en nuestras relaciones. Con ese saludo al forastero que llega invitado a una de sus casas y en un pispas te conviertes en un lugareño más a poco que quieras entender cómo suceden las cosas ahí dentro. Pensaba, entre curva y curva, que nuestras marcas deben estar más presentes en la 3ª persona de las conjugaciones verbales y menos en la 1ª persona del singular, aunque si fuera del plurar, mejor nos iría. La clave en el fondo, es cómo pasar de esos «él/ella – ellos/ellas» para situarnos junto al «tú/vosotr=s» que nos exigiría ponernos en su lugar y así la marca pensaría más en comunidad y menos en un protagonismo que a veces, muchas, es invisible e imperceptible, irrelevante y una línea más del olvido.
Y en este intento, que debería ser obligado, vuelven las relaciones a comportarse como suceden las cosas cuando las dejas precisamente que pasen: que tienes una recompensa –aunque sean unas maravillosas peras recién cogidas del árbol– tangible e intangible, el «aquí tienes tu casa», «vuelve pronto», u otra más en el sentido de que lo sencillo, lo natural, lo claro siempre viene mejor que las vueltas sinuosas que creamos sin sentido, de las dudas y torceduras de nuestra mente y las complicaciones en nuestras decisiones por no tener la suficiente perspectiva para medir antes las posibles consecuencias que puedan tener más tarde: falta de rumbo, pulso acelerado, dudas y miedos innecesarios y relaciones que se desgastan por celos y protagonismos, además de la falta de otorgar confianza a la otra persona.
Una cosa: volveré a Ventrosa. Me gustaría que volviéramos a Ventrosa. Y seguro que construiré otros Ventrosa’s en lugares diferentes y tiempos distintos. Lo que son las relaciones naturales, que las marcas estamos olvidando peligrosamente. Y las personas, por desgracia, también.