Querido logo
¡Cuánto me he acordado de ti estos días, querido logo!. Quería comenzar esta carta preguntándote educadamente qué tal estarías pero me temo que en esta semana en especial, estarás un poco «tocado», por ser muy sutil con la expresión; estarás hasta ahí arriba y con razón. Mira que no hay semana que se hable de ti en algún espacio, en alguna revista, blog, meme, en alguna conversación de pasillo e incluso en algunos de esos momentos y espacios sesudos donde se toman eso que llaman decisiones. Ay, querido logo, sé que estás ya cansado de que estés todo el día expuesto a cualquier comentario, venga de donde venga, de gente que opina porque es gratis hasta quien lo hace para tratar de aprender y enseñar al mundo quién eres de verdad, con pocos halagos y demasiados bochornos en forma de expresiones que, lo sé, no ayudan a tu paz, a tu verdadera esencia.
Pienso en cuando te sientas en tu sofá, bajas la cabeza y no encuentras postura cómoda para reflexionar sobre por qué te pasa siempre, desde aquella vez que Naomi Klein te puso en el disparadero, por qué estás siendo tan cuestionado, por qué eres tan protagonista aunque no quieras serlo, cuando en realidad, lo sabes bien, eres parte de un conjunto que siempre está ahí, que te rodea, que te acoge, que te da los apoyos necesarios y firmes para soportar cualquier inclemencia de la palabra en tu contra. Te imagino dándole vueltas a todo, te imagino rogando un poco de tranquilidad, intimidad y sobre todo tiempo, más tiempo, te imagino ciertamente preocupado, agotado, cansado, triste, hasta con ganas de transformarte en lo que sea antes de seguir así. Entendería un «dejadme en paz» porque sinceramente he pensado muchísmo en «que le dejen en paz de una vez».
Recuerdo a menudo aquellos paseos que dábamos juntos en nuestras imaginaciones, en nuestras reflexiones, en nuestros debates, en nuestras hojas A3 en blanco, en nuestros nuevos archivos en el ordenador, sobre esa necesidad que tienes de sentirte protegido pero también de la dificultad, que te explicaba, de hacer comprender que una marca era lo que te daba sentido, una marca que explicara tus verdaderas dimensiones, una marca que mostrara tus virtudes sólidas, diferentes y atractivas para quien te viera. Charlábamos de dotarte de significados para poderte explicar, para que entendieran por qué eres como eres, cuando compartíamos esa idea de mirarte al espejo y decir sin rubor, «sí, soy yo, y qué bien que estoy, claro que sí».
Ay querido logo, que sabes bien los días que hemos tenido que esperar para moldearte a tu gusto, para que te sintieras bien, la de horas, días y semanas que hemos necesitado para verte, para revisarte, para retocarte, para que te sientas bien en un nuevo mundo que debías explorar más adelante. Tú que a veces has visto cuántas variantes te hemos propuesto, que hemos escogido entre tod=s la más adecuada, aquella en la que nos sentíamos por fin reconocibles y dispuestos a presentarnos al mercado con la sorpresa de la novedad pero también con la consistencia de lo bien construido, con nuestro amigo cómplice que es el tiempo, el tiempo que necesitamos para darte la bienvenida, para fijar tu consistencia, para dejarte fluir y para dejar que todo el sistema que hemos diseñado juntos, con quienes te llevas tan bien, puedan acompañarte.
Me decía esta noche «la marca», mientras buscábamos las primeras dosis del sueño, que no entendía semejante batiburrillo de ruido pero que por otro lado se daba cuenta de que en el fondo seguimos teniendo un problema: tenemos que explicarnos mejor. Tenemos todo el sector, todos los protagonistas que formamos parte de este mundo, un reto por delante: explicar mejor de una vez por todas qué somos, qué es la marca, qué es lo que representa, qué es lo que lleva consigo, qué es lo que consigue para que al final, cuando te descubramos a ti, querido logo, el mayor número de personas digan sin pestañear: «¡ah vale, ahora lo veo y ahora lo entiendo!». Sí, sé que estás pensando que vamos tarde y que te duelen las heridas, cada una de esas pequeñas brechas que sangran cada vez que apareces en escena. Entiendo tu dolor pero precisamente por eso tenemos el deber de explicarnos mejor, de contarlo mejor, de comunicarlo mejor. Dejarnos de hablar a nosotros mismos sino hacerlo, por ejemplo, para mi madre Angelines que tiene que entender qué es eso y comprender para qué le va a servir.
Al levantarme hace un rato mientras preparaba el desayuno, he estado charlando un rato con las tipografías, con los colores, justo se había despertado el naming y aparecía en la cocina, ha venido la plataforma de marca que se ha ido a despertar a la arquitectura de marca porque la conversación estaba tomando tintes interesantes. Decía que hablábamos todas, con nuestro café recién hecho, que tenemos que protegerte más que nunca. Fíjate, me decían que tenemos un reto aún más mayúsculo que es el de sentarnos con el «me gusta» y el «no me gusta» para hablar en serio de una vez por todas. Que no pueden andar por ahí campando a sus anchas, que ya vale de soltar sus bravuconadas a voz en grito y quedarse tan tranquilos. No, ya vale. Lo tenemos que hacer de manera sutil, suave pero también firme. Tienen que ser nuestros cómplices y no tienen que ser tan protagonistas de todo esto porque con sus sentencias simplifican de tal manera el trabajo que realizamos cada un= de nosotr=s durante tanto tiempo, que parece que está al alcance de la mano de cualquier persona. Que no digo que no tengan talento, sino que este trabajo conlleva mucho más de lo que parece. La arquitectura de marca estaba muy dolida. Ella que intenta ordenar esos caos que le llegan y que tienen que colocar las piezas en su sitio, con tu ayuda, con tus modulaciones, con tus alternativas que tan bien representas. La plataforma de marca venía a decir que de qué servía darte argumentos para que estuvieras cómoda y encontraras un sentido a tu existencia. La tipografía estaba fatal esta mañana, triste, le daba igual ser mayúscula o minúscula y nosotr=s le decíamos que no, que no daba igual. Y los colores, ni contarte cómo están. Entre morados, negros y rojos de vergüenza.
Querido logo. Me he acordado mucho de gente como Pablo Coppel, pero también de grandes amig=s como Javi Velilla y Olga Llopis, de Josep María Mir, del fallecido Alberto Corazón, de Mario Eskenazi, de mis compañeros y Director=s Creativos y de Arte como Alex Quintana, Carlos Ortíz de Zárate, de David Gotxikoa, de Ainhoa Martínez de Cestafe y Miguel de Andrés, de gente como Patxi Fernández y Marisol Ruiz, de Oscar Bilbao, de Pilar Dominguez, de Máximo Gavete, de José Luis Antúnez, y de cientos y cientos de personas que trabajan cada día para hacer de las marcas un mundo mejor y lograr que tú, querido logo seas más querido y más feliz.
Querido logo, gracias por estar ahí. Quería escribirte esta carta porque quiero que te sientas querido y quiero defenderte, de verdad. Conseguiremos que un día todo este esfuerzo consiga arrancarnos una sonrisa que sea imborrable y memorable para siempre. Como tú.
Se despide tu admirador, Juanjo.
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La foto de inicio es de Flickr, de aldovanzeeland