Más SER; adiós 2020, hola 2021
Me gusta tomar café solo, dejar que se enfríe a su ritmo, como queriendo contagiarme de su tempo, sin prisas, invitando a que las palabras surjan cuando les dé la gana, de la misma manera que decido el momento de dar el primer sorbo. Son momentos de respeto mutuo diría yo, donde a veces interfiere el sobre de azúcar que acompaña al plato que sostiene la taza. «El buen café no necesita azúcar y el malo no se la merece» me enseñó un buen amigo mío y comprendí en esa frase el sentido de muchas cosas que suceden en nuestra vida. El sobre está ahí pero a veces se echa sin necesidad, algunas por mera costumbre, otras porque total ya que está, y las menos lo dejas donde está, en su sitio, si es que ése debe ser el suyo. De vez en cuando le da por iniciar la conversación con una de esas frases que lleva incrustada que apenas caben en unos pocos centímetros, los suficientes para decidir si le sigues la corriente. El año que cumplí cincuenta años llegó con un propósito firme, VOLVER, como queriendo retomar una conversación pendiente o regresar a esa página del cuaderno de mi vida que empecé a trazar y lo dejé para otro día. Tenía sentido, los ciclos vitales se manifiestan especialmente en momentos redondos como homenajeándolos, y cuando entras en una nueva decena, parece que tienes que repasar los puntos importantes que aparecen en los índices de tu vida, para saber bien qué sí o qué no o simplemente ahora qué. Mirar atrás sigue siendo un ejercicio de los que merece la pena dedicarle cierta atención, recomendable con un café recién hecho sobre la mesa, haciendo de intermediario entre el repaso que das y las ideas que van surgiendo durante ese momento. A esas conexiones le llaman sinapsis y se producen cuando menos te lo imaginas, y derivan en acciones, ideas, encuentros, palabras, llamadas, gestos, silencios, abrazos. Silencios. Abrazos. No quisiera darle mucho protagonismo a la #Covid19 en estas líneas; se ha escrito tanto que uno siente el peso de la infoxicación sobre este tema desde hace unos meses. No quiero alejarme de la prudencia, de la preocupación por nuestr=s mayores; me conecta básicamente con reconocer que todo empieza en la responsabilidad de un= mism=, al mismo tiempo que veo posiciones de muchas personas que se han manifestado de tal manera ante este tema que no vislumbro claridad en los escenarios futuros, en muchos ámbitos. Probablemente sea lo que más estoy aprendiendo en todo este tiempo. Esa gente. Tomo un nuevo sorbo de café al mismo tiempo que se dibuja ese gesto de quien mira al frente dejando que la vista se pierda, precisamente, hasta un café compartido que me transportó a mediados de los 90, cuando la profesión y el oficio de la publicidad estaba en mis inicios profesionales. Ese cosquilleo de los nervios del principiante, de sueños por cumplir en cada frase «tenemos un brief», de sentir que la publicidad era una mezcla de arte, emociones, racionalidad, argumentos y rienda suelta. Este cosquilleo llegó este año, quizá provocado por las casualidades tras sentir maravillosas sensaciones en ese lugar que debería ser de peregrinaje obligado que es el Centro de Documentación Publicitaria, meses atrás. Este café más actual iluminó ilusiones renovadas, a propuestas con el sí y el acuerdo de entrada sin saber más detalles, a VOLVER A CONECTAR, a renovar creencias y principios, a descubrir nuevos equipos compuestos por nuevas personas, a conocer otras maneras de pensar, a adaptarte a nuevas circunstancias y sobre todo a dar lo mejor de uno mismo, precisamente porque ése fue el motivo de este café inolvidable. Todo un año con un proyecto en ciernes donde redescubrí como los posos de un buen café, que las buenas cosas se cocinan con calma, con muchísimas conversaciones y sobre todo con una extraordinaria capacidad de escucha mutua que cuando te quedas a solas quieres recuperarla por cualquier rincón de tu casa, como si te hablaran las paredes, como si cualquier objeto te expusiera una nueva idea que aparecía en escena.